viernes, 27 de abril de 2007

JOSÉ WATANABE VARGAS


José Watanabe Vargas nació en Laredo, un pequeño pueblo al este de Trujillo, el 17 de marzo de 1945. Su madre Paola Vargas, peruana, de origen serrano y su padre Harumi Watanabe, japonés de quien cuenta aprendió el arte del haiku. Watanabe tuvo una infancia bastante pobre. Sus padres estaban destinados a trabajar en una hacienda azucarera del norte del país. Hasta que el destino le jugó a su familia una buena pasada. Se ganaron la lotería de Lima y Callao y viajaron a la capital de la provincia: Trujillo. Para que luego José migrara a Lima a seguir estudios superiores. Pero el recuerdo de Laredo quedaría siempre en su memoria. Por lo cual muchos de sus poemas se ubican espacialmente en ese sitio in illo tempore que hoy solo existe, con sus cuatro calles, en el imaginario creado por el poeta.

Su lamentable deceso ocurrió en la ciudad de Lima el 25 de abril de 2007, víctima de cáncer de esófago.

HASTA SIEMPRE POETA. NOS QUEDA TU PALABRA COMO HUELLA DE TU PASO POR LA VIDA.

  • Álbum de familia (Lima, 1971)
  • El huso de la palabra (Lima, 1989)
  • Historia natural (Lima, 1994)
  • Path trough the canefields (Londres, 1997, antología de su obra poética)
  • Cosas del cuerpo (Lima, 1999)
  • Antígona (Lima, 2000, versión libre de la tragedia de Sófocles)
  • El guardián del hielo (Bogotá, 2000, antología de su obra poética)
  • Habitó entre nosotros (Lima, 2002)
  • Elogio del refrenamiento (Renacimiento, Sevilla, 2003, antología)
  • Lo que queda (Monte Ávila, Caracas, 2005, antología)
  • La piedra alada (Pre-Textos, Valencia, 2005-Peisa, Lima, 2005)
  • Banderas detrás de la niebla (Pre-Textos, Valencia, 2006-Peisa, Lima, 2006)
  • Fuente:Wikipedia.

La mantis religiosa

Mi mirada cansada retrocedió desde el bosque azulado por el sol

hasta la mantis religiosa que permanecía inmóvil a 50 cm de

mis ojos

Yo estaba tendido sobre las piedras calientes de la orilla del

Chanchamayo

y ella seguía allí, inclinada, las manos contritas,

confiando excesivamente en su imitación de ramita o palo seco.

Quise atraparla, demostrarle que un ojo siempre nos descubre,

pero se desintegró entre mis dedos como una fina y quebradiza

cáscara

Una enciclopedia casual me explica ahora que yo había destruido

a un macho

vacío.

La enciclopedia refiere sin asombro que la historia fue así:

el macho, en su pequeña piedra, cantando y meneándose, llamando

hembra

y la hembra ya estaba aparecida a su lado,

acaso demasiado presta

y dispuesta.

Duradero es el coito de las mantis.

En el beso

ella desliza una larga lengua tubular hasta el estómago de él

y por la lengua le gotea una saliva cáustica, un ácido,

que va licuándole los órganos

y el tejido del más distante vericueto interno, mientras le hace gozo,

y mientras le hace gozo la lengua lo absorbe, repasando

la extrema gota de sustancia del pie o del seso, y el macho

se continúa así de la suprema esquizofrenia de la cópula

a la muerte

Y ya viéndolo cáscara, ella vuela, su lengua otra vez lengüita.

Las enciclopedias no conjeturan. Esta tampoco supone que última

Palabra

queda fijada para siempre en la boca abierta y muerta

del macho.

Nosotros no debemos negar la posibilidad de una palabra

de agradecimiento.

El maestro de kung fu

Un cuerpo viejo pero trabajado para la pelea

madruga y danza

frente a los arenales de Barranco

Se mueve como dibujando

una rúbrica antigua, con esa gracia, y

sin embargo, está hiriendo, buscando el punto

de muerte

de su enemigo, el aire no, un invisible

de mil años.

Su enemigo ataca con movimientos de animales

Agresivos

y el maestro los replica

en su carne: tigre, águila o serpiente van sucediéndose

en la infinita coreografía

de evitamientos y desplantes.

Ninguno vence nunca, ni él ni él,

y mañana volverán a enfrentarse.

-Usted ha supuesto que yo creo a mi adversario

cuando danzo- me dice el maestro.

Y niega, muy chino, y sólo dice: él me hace danzar a mí.

El guardián del hielo

Y coincidimos en el terral

el heladero con su carretilla averiada

y yo

que corría tras los pájaros huidos del fuego

de la zafra

También coincidió el sol.

En esa situación cómo negarse a un favor llano:

el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.

Oh cuidar lo fugaz bajo el sol...

El hielo empezó a derretirse

bajo mi sombra, tan desesperada

como inútil

Diluyéndose

dibujaba seres esbeltos y primordiales

que sólo un instante tenían firmeza

de cristal de cuarzo

y enseguida eran formas puras

como de montaña o planeta

que se devasta.

No se puede amar lo que tan rápido fuga.

Ama rápido, me dijo el sol.

Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,

a cumplir con la vida:

Yo soy el guardían del hielo.

El anónimo (alguien, antes de Newton)

Desde la cornisa de la montaña

dejo caer suavemente una piedra hacia el precipicio,

una acción ociosa

de cualquiera que se detiene a descansar en este lugar.

Mientras la piedra cae libre y limpia en el aire

siento confusamente que la piedra no cae

sino que baja convocada por la tierra, llamada

por un poder invisible e inevitable.

Mi boca quiere nombrar ese poder, hace aspavientos, balbucea

y no pronuncia nada.

La revelación, el principio,

fue como un pez huidizo que afloró y volvió a sus abismos

y todavía es innombrable.

Yo me contento con haberlo entrevisto.

No tuve el lenguaje y esa falta no me desconsuela.

Algún día otro hombre, subido en esta montaña

o en otra,

dirá más, y con precisión.

Ese hombre, sin saberlo, estará cumpliendo conmigo.

Resurrección de Lázaro

El poder de su voz venía del convencimiento

de que él era Él,

y así llegó hasta tu sello de piedra

para ordenar que tus carnes entraran nuevamente

en el tiempo.

Y ahora limpia el atroz perfume de la muerte

en agua clara y fresca: lava tus largas vendas

en la corriente del río

como los pobres desaguan los interminables intestinos de ganado

que guisan y comen,

y luego enróllalas

y guárdalas.

Sé, pues, precavido

porque nadie sabe hasta cuándo durará el terrible

milagro.

Él dijo que te levantaras y no dijo más, ninguna promesa.

Tal vez solo tienes apurados días

para contemplar con tus ojos de carne rediviva

a tus hermanas comiendo pan y mollejas

Debo decirte, Lázaro,

que aquí en Betania ya no tenemos noticias del Milagroso.

Sin profetas nos sentimos muy solos.

Cuando retornes a tu sepulcro

no volverás a escuchar

su voz impertinente detrás de la piedra.

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EN EL PRINCIPIO DE LOS TIEMPOS, LOS DIOSES REPARTIERON DONES A TODOS LOS SERES Y LAS COSAS. A LA RAZA HUMANA NOS DIO LA PALABRA. DESDE ENTONCES, LOS POETAS NO HACEN MÁS QUE TRADUCIR EN POESÍA LA MÚSICA DEL UNIVERSO.