Treinta días de tu ausencia,
treinta mañanas sin ti.
Tres infinitas decenas
de paisaje sin tu imagen.
Días que se van sucediendo
sin tu presencia solar,
sin el cielo de tu cuerpo,
son la sensibilidad marítima
que demuestra tu mirada.
Me pregunto
¿en dónde estás?
¿dónde estás en este instante?
¿qué haces mientras yo añorante
te evoco y reúno palabras
desde una cama en que juego
a la ilusión de tu amor?
El sol desparrama un rayo
muy tenue sobre mi mano,
que me asegura que existes;
corpúsculos luminosos,
diminutos y calientes,
que acarician mi epidermis
para llenarla de afán.
Allá en el jardín
hay flores.
Aquí en la alcoba estoy yo
con una carta en la mano
para refugiarme en ella ...
en cada trazo amoroso.
Pero, ¿en dónde anda tu ser?
¿dónde se posan tus ojos?
¿dónde colocas las manos?
¿qué es lo que dirán tus labios
¿te comunicas acaso?
o alguien te oye sin oirte.
O tal vez escuches música
o el rumor de algún oleaje
de una playa conocida (por los dos).
Nuestro mundo de hoy se agrieta.
Se parte por treinta días
y yo aquí palpo tu ausencia,
como palpo tu presencia
y me hace falta tu voz
para ser incandescente.
Quiero la fusión de cuerpos,
la reunión de nuestras pieles,
deseo romper las fronteras
y que las palabras vuelen,
para observarlas diluirse
juntas en el horizonte.
Unamos los universos
y que nada los separe;
quiero que seas realidad,
que no seas incertidumbre,
ni mi quimera o ideal.
Que profiera yo tu nombre
y que escuche una respuesta
cuando despierto en la noche
en la oscuridad doliente.
Yo te necesito cerca
para ilusionar tus días.
¡Unamos los universos
y que nada los separe!
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