Caminábamos por aquella interminable vía
mientras el sol sus cálidos rayos retiraba,
la luna, esa indiscreta, lentamente llegaba
cubierta de ansias, de amores y melancolía.
Tras nosotros flotaba el amoroso azul del día
-trágicamente la rosada tarde expiraba-,
y prendido en nuestro pensamiento aún quedaba
lo dulce de esas fugitivas horas de alegría.
Luego, la pálida hermosura del paisaje
¡Qué fresco se veía lo verde del follaje!
¡Qué bello y melancólico aquel atardecer!
El sol vestía las nubes con sus áureas galas
y, el viento, parecía que llevaba entre sus alas
los cálidos suspiros de un pecho de mujer...
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